Son personas que habitan un nuevo escenario de pobreza de enorme disparidad. Un mapa que incorpora además sin pausa a gente que no es indigente, que tiene cultura y que ha conocido bienestar material pero a la que tener un trabajo formal hoy no la salva de durísimas privaciones.
Según el último informe de la Fundación del Banco Municipal de Rosario, conocido en agosto, una de cada tres personas empleadas en la ciudad se encuentra debajo de la línea de pobreza, es decir, no sostiene los gastos mínimos de un hogar.
Entre los argumentos que dan los jueces amparistas aparece que la provincia de Santa Fe divulgó, pese a referir el crónico déficit de su caja jubilatoria que tiene que cubrir, un superávit de 160 mil millones de pesos.
Que 18 jueces defiendan sus derechos puede explicarse con múltiples motivos, que alternan entre la legalidad, el honor, la independencia de poderes, incluso la protección de otros afectados que no demandan. Pero el contexto en el que lo hacen, para volver a la película, es un paisaje de guerra
Ese saldo positivo que para una provincia con tres millones de personas tampoco es impresionante, ¿debe aplicarse como prioridad a salvar de los descuentos a jubilados que ganan diez millones de pesos? ¿Debe socorrerse a ex magistrados que en el peor de los casos, si no pueden superar las 20 jubilaciones mínimas como tope, cobrarán 7.740.000 pesos? ¿Debe mantenerse para ellos ese derecho cuando en el Gran Santa Fe la pobreza llegó en la última medición al 60,6% de la población?
En un momento de abrupta desigualdad en crecimiento la legitimidad de las instituciones está en persistente corrosión. Que 18 jueces defiendan sus derechos puede explicarse con múltiples motivos, que alternan entre la legalidad, el honor, la independencia de poderes, incluso la protección de otros afectados que no demandan.
Pero el contexto en el que lo hacen, para volver a la película, es un paisaje de guerra. Y por eso los reclamos de personas que cobran salarios inconcebibles para el 95 por ciento de la población suena a la lucha por el mantenimiento de privilegios.
La forma en que se votó la ley previsional fue horrible. A las apuradas y en un marco donde fueron tocados derechos de personas mucho más vulnerables que los que ganan ocho millones. Pero aunque no guste, lo hicieron legisladores votados de manera legítima hace menos de un año.
Si la demanda abraza principios legales, los derechos adquiridos de los amparistas, muy pocos se identificarán con esa legalidad, en un entorno donde la legalidad hace muy poco por los permanentemente privados de derechos elementales. Por ejemplo a la comida: casi el 20 por ciento de los santafesinos de las dos mayores ciudades vive en la indigencia. Es decir que no cubre sus necesidades alimentarias.
En la actualidad desaparece cada vez más el rostro del que está enfrente. A través de la mirada, decía Sartre, se anuncia el otro. Acá lo que prevalece es la mirada hacia lo propio. El que decide que los jueces tienen razón es un juez.
Como con el impuesto a las ganancias, como cada vez que hay en juego algo propio, en el ejercicio legítimo de la independencia de este Poder la interpretación orientada hacia el propio bolsillo nunca falla.
Rebelión de jueces retirados para no pagar el aporte solidario para recomponer la caja de Santa Fe
La forma en que se votó la ley previsional fue horrible. A las apuradas y en un marco donde fueron tocados derechos de personas mucho más vulnerables que los que ganan ocho millones. Pero aunque no guste, lo hicieron legisladores votados de manera legítima hace menos de un año.
Y ocurrió porque lo que era muy probable es que los haberes de jubilados millonarios que hoy reclaman fueran transferidos a la caja nacional. Y esas jubilaciones se pagan con contribuciones a la fuerza de una mayoría de santafesinos que nunca tendrán ese beneficio.
La película referida a un episodio de la Primera Guerra Mundial alude en su nombre a un comunicado rutinario, el del parte cotidiano de batalla, y refiere a los burocráticos escamoteos del lenguaje: salvo muchos muertos no había nada nuevo en el frente para reportar.
En un sentido parecido puede leerse la resolución de esta demanda: una disputa legal en la que a unos jueces que ganan unos cuantos millones y ceden algunos miles de pesos les dan la razón en un entorno donde pareciera que no pasa otra cosa. No hay ninguna novedad en ello. Mientras en la calle los privados de todo o casi todo allí siguen.
En el filme se muestra de un lado el hambre y la angustia en una línea inmóvil de trincheras. En la escena posterior aquel general que bebe vino tras liquidar su segundo plato y reivindica la honra alemana para rechazar el armisticio que finalizar una guerra. Una guerra que la mayoría de los que no están dentro del vasto comedor, los que están afuera en el combate, están perdiendo por espanto.
Esta no es una disputa legal sino política. No es una cuestión a saldar en los tribunales, sino en la calle. Ese campo de batalla donde están los verdaderamente necesitados.
No solamente los carenciados de todo, a los que vemos comer de los volquetes de basura, sino también los que no pueden pagar el alquiler, los que ni sueñan con comer afuera o tomar un taxi, los que dejaron el gimnasio, los que recortan alimentos esenciales, los que no se compran ropa.
Los partidarios del amparo tomarán la comparación con la película como un golpe bajo. Para la mayoría de la población el golpe bajo es el amparo. La falta de mirada hacia el otro.
Sin novedad en el frente.